Otro deseo natural y de buen nombre es poseer una casa dónde vivir. Pero la Palabra marca claros límites al respecto:
Codiciar una propiedad, desearla desmedidamente, puede ser piedra de tropiezo en nuestra vida espiritual.
Un deseo de semejante naturaleza nos empuja con fuerza hacia el pecado.
Es igualmente normal desear cosas para acondicionar la casa, pero éstas deben ser ganadas de forma honesta. El afán desmedido y la codicia nos conducen a tratar de obtener las cosas de manera fraudulenta, aceptando cohecho, robando o hasta endeudándonos fuera de las posibilidades reales de pago. Las cosas en sí mismas, según se ve, no son malas. Incluso ni siquiera es malo desearlas, pero es terrible darle lugar a la codicia, al afán por obtenerlas.
Y finalmente, en la cima de las aspiraciones terrenales, el dinero, que ciertamente sirve para todo pero que puede despertar la codicia:
El amor al dinero se considera un deseo insano que nos puede desviar de los caminos de Dios y que al final nos llena de dolor y de amargura. ¡Cuántos cristianos, cuántos ministros, cuántos cantantes cristianos se han dejado seducir por el dinero y prostituyen los dones y los talentos que Dios les dio! ¡El dolor y la amargura, un día, harán presa de ellos!, pues está escrito: “su pecado los alcanzará”.
La naturaleza humana desea lo terrenal y lo carnal.
San Pablo nos instruye:
Rom 13:14 … vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne.
Es decir:
1Pe 1:14 como hijos obedientes, no os conforméis (no se amolden) a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia.
1Pe 2:11 Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma.
La versión PDT (Palabra de Dios para Todos) de este texto dice:
1Pe 2:11 Queridos hermanos, ustedes son como extranjeros y forasteros en esta sociedad. Por eso les ruego que luchen para no complacer aquellos deseos humanos que van en contra de su nueva vida.
El apóstol Juan lo dice de esta manera en la versión PDT:
1Jn 2:15-17. No sigan amando al mundo ni a lo que hay en él. Si alguno ama al mundo es porque no tiene el amor del Padre.
Esto es lo malo del mundo:desear cosas sólo por complacer nuestras malas pasiones; dejarnos atraer por lo malo que vemos y sentirnos orgullosos de las cosas que tenemos. Pero nada de eso viene del Padre, sino del mundo. El mundo está llegando a su fin junto con los deseos que hay en él; pero el que hace lo que Dios quiere, vive para siempre.
Nuestro corazón nos puede engañar haciéndonos desear impuramente cosas que no son malas en sí mismas. En otras palabras, se pueden desear cosas de buen nombre y de noble estima pero con motivaciones equivocadas como la satisfacción del ego, la carne y el orgullo. Por poner un ejemplo, un pastor puede desear tener una iglesia grande, lo cual en sí mismo no es malo, pero si este deseo tiene como objetivo satisfacer su ambición, obtener reconocimiento, ensanchar su orgullo, adquirir prestigio y fama, su visión es pecaminosa delante de Dios.
Un ejemplo de ello es el llamado G12, organización que motivó –sedujo- a muchos líderes a enfrascarse en la búsqueda de un crecimiento explosivo que sólo les condujo a la ruina, producto de la mente carnal de un solo hombre. Lo mismo sucede cuando un líder ama más “la visión que Dios le dio” o “su” ministerio que al Señor mismo. Tristemente no son pocos los que tratan a toda costa de que su trabajo entre los cristianos sea próspero y exitoso para su gloria personal, “convenientemente” disfrazada de trabajo “para la gloria de Dios”.
Otro ejemplo es el del falso evangelio de la prosperidad, que ha despertado deseos malsanos y lujuriosos en la vida de muchos creyentes que llegan a afirmar, incluso, que Cristo murió en la cruz para prosperarles en todo, para hacerles ricos, para procurarles comodidades. Incluso citan repetidamente esta palabra:
3Jn 1:2 Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.
Revisar esta misma enseñanza en diferentes versiones de la Biblia deja muy claro su verdadero significado, claramente lejano a la mera prosperidad financiera:
3Jn 1:2(BAD) Querido hermano, oro para que te vaya bien en todos tus asuntos y goces de buena salud, así como prosperas espiritualmente.
(BLS) Amado hermano, le ruego a Dios que te encuentres muy bien, y también le pido que te vaya bien en todo lo que hagas, y que tengas buena salud.
(BJ) Pido, querido, en mis oraciones que vayas bien en todo como va bien tu alma y que goces de salud.
(Versión Jünemann) Amado, en todo oro que avances y bien estés, tal como avanza tu alma.
(LBLA) Amado, ruego que seas prosperado en todo así como prospera tu alma, y que tengas buena salud.
(NVI) Querido hermano, oro para que te vaya bien en todos tus asuntos y goces de buena salud, así como prosperas espiritualmente.
(PDT) Querido hermano: le pido a Dios que te vaya bien en todo y que tengas buena salud física, así como la tienes espiritualmente.
¿Cómo tener propósitos que agraden a Dios?
Sal 37:4 Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón.
Este es otro de los versículos favoritos de los profetas de la prosperidad. Es conveniente analizarlo ahora para que entendamos de una vez qué nos dice el Señor mediante estas palabras. Evidentemente no se habla aquí de los congregantes que el domingo, mientras cantan en la congregación, se gozan con la música que escuchan; interpretación sumamente extendida y claramente errónea.
El vocablo ¨deléitate¨ se traduce del hebreo anág que significa ser maleable. La maleabilidad es la característica que metales como el oro tienen de ser transformados, amoldados y trabajados sin que se rompan, gracias a lo cual el artesano les puede dar la forma que desea.
Aplicado este concepto a la vida cristiana, quien se deleita en el Señor es maleable, dócil, suave, fácil de moldear, no se resiste a la formación y no se rompe, no se cuartea ni se desdibuja mientras Dios trabaja con él para formarlo a la imagen de Cristo Jesús.
Sal 138:8 Jehová cumplirá su propósito en mí.
Que quede claro: Dios va a cumplir Sus deseos, Sus planes y Sus propósitos en mí. Te preguntarás: ¿y mis planes, Señor? Yo diría que si no son los planes de Dios… ¡deberías irte despidiendo de ellos!
San Pablo lo dice así :
Rom 8:28 Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.
En resumen, un verdadero discípulo se deja moldear por el Señor –se deleita- para que Él cumpla sus propósitos, sus deseos y sus planes. Es entonces cuando Dios nos forma a su imagen y nuestro corazón se funde con el suyo, se vuelve uno con Él… así que nuestros deseos ahora son los suyos. ¡Estos son los deseos de nuestro corazón que Dios prometió concedernos: los Suyos, pues moldeados por Él ya no hay lugar para nuestros propios intereses! ¡Gloria a Dios!
¿Decepcionado? Piensa entonces seriamente dónde estás plantado, pues un verdadero hijo de Dios no debería estarlo, dado que quienes creemos en Él entendemos que Sus deseos son, con mucho, mejores que los nuestros, y que los nuestros tienden a ser superficiales, vacíos, terrenales, insensatos.
Entonces son ¿Mis propósitos de año nuevo… o Sus propósitos para mí en este año que inicia?
Ahora podemos decir como el salmista:
Sal 38:6-9 Estoy encorvado, estoy humillado en gran manera, ando enlutado todo el día. Porque mis lomos están llenos de ardor, y nada hay sano en mi carne. Estoy debilitado y molido en gran manera; gimo a causa de la conmoción de mi corazón. Señor, delante de ti están todos mis deseos, y mi suspiro no te es oculto.
Sal 73:21-25 Se llenó de amargura mi alma, y en mi corazón sentía punzadas. Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti. Con todo, yo siempre estuve contigo; me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria. ¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra.
Sal 145:18-19 Cercano está Jehová a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras. Cumplirá el deseo de los que le temen; oirá asimismo el clamor de ellos, y los salvará.
Termino con una breve historia.
Se cuenta de un hombre que preguntó a un estudiante qué era lo que más deseaba en la vida. Éste le contestó: “libros, salud y silencio para estudiar”. Luego el hombre le hizo la misma pregunta a un usurero prestamista, que le contestó : “Dinero, dinero y más dinero”. Más tarde preguntó lo mismo a un hombre pobre, que sin vacilar respondió: “Pan, pan, pan”. Después encontró a un ebrio que también opinó: “Licor, licor, licor”. Luego, dirigiéndose a una multitud que festejaba el año nuevo preguntó lo mismo, y respondieron todos a una: “Riqueza, fama, placeres”. Desilusionado por tantas respuestas vanas, vacías y superficiales, el hombre le preguntó a un anciano que tenía fama de ser un hombre bueno, qué era lo que más deseaba en la vida. El anciano respondió con calma y con dulzura: “Amar profundamente a Cristo, parecerme más a Cristo y ser más como Cristo”.
Hay de deseos a deseos: unos son terrenales, vanos, temporales y vacíos, otros trascienden a la eternidad.
Entonces, ¿me haré propósitos de año nuevo… o dejaré que Dios cumpla sus propósitos en mí en este año que comienza?